¿Es usted lobo o conejo?

Noel Álvarez*

“Cuando los lobos se apoderaron del país de los conejos, lo primero que hizo el jefe de la manada fue proclamarse rey. Lo segundo fue anunciar que los conejos ya no existían”. Quedaba terminantemente prohibido mencionar su nombre y para asegurarse de que lo obedecieran, el nuevo rey de los lobos se puso a revisar todos los libros del reino con un grueso lápiz negro hasta que, rayando palabras y arrancando dibujos, se dio por satisfecho, convencido de que sus enemigos habían desaparecido para siempre.  Esta historia es contada en el libro: “La rebelión de los conejos mágicos” , publicado en 2001 por el escritor argentino, Ariel Dorfman.

En ese libro se narra la lucha de los poderosos por imponer su voluntad, y de los serviles, representados por el mono y el zorro, por adularles hasta llegar al engaño. El escritor aclara que, si al final del cuento, usted no encuentra similitud entre esta fantasía y su realidad, probablemente sea porque es partidario de los lobos, y si la encuentra, es porque definitivamente es usted un conejo.  El argumento del libro se centra, en un comienzo, en la soberbia de un grupo de lobos feroces, quienes creen que los conejos ya no habitan su propio país  y han decidido tomarse la localidad en sus garras y gobernarla según sus leyes aun cuando esta no les pertenece. Para negar la verdad, la existencia de los conejos, recurren a la propaganda y la censura.

Frente a la poderosa máquina de mentiras, están los conejos, que siempre aparecen burlonamente utilizando su magia, los pájaros, que no pueden callarse lo que está ocurriendo, y la hija del fotógrafo, que representa la inocencia infantil. Uno de sus colectivos, un zorro de pelaje gris, trajo malas noticias. “Los pájaros, Majestad. Ellos insisten en que desde la altura se divisan esos seres”. ¿Y cómo yo, que estoy tan arriba, no veo nada?, preguntó el temible lobo. De seguidas dijo al zorro, “tráigame a ese mono fotógrafo que vive aquí cerca y que trabaja con nosotros en los medios públicos”.

Cuando llegó el viejo mono, el rey  le espetó de entrada: “has tardado demasiado en venir. Necesito que me saques fotos de cada gran acto de mi reinado” ¿A que no adivinas lo que vamos a hacer con esas maravillosas imágenes? Pues, “las vamos a colocar en cada calle, en cada arbusto, en cada casa. Ahí estaré yo, vigilando a los habitantes de este país con mis propios ojos”. Los primeros retratos quedaron perfectos, pero el consejero y el mono fotógrafo descubrían que después de revelados, en esquinas y rincones, mágicamente aparecían bigotes, paticas y orejas de conejos, que por temor al rey, borraban con un líquido especial.

El mono siempre obedecía las caprichosas órdenes del rey, pero estaba empezando a desesperarse. Aunque nadie lo viera al tomar la foto, cuando la revelaba, los revoltosos aparecían lechuga en mano casi a los pies del lobuno. Por ello tuvo que recurrir a los últimos trucos que le quedaban para borrar y aun así no escapó de la ira del rey. “Mono traidor”, vociferó el rey, “por tu culpa han empezado a circular rumores infames. Dicen que extraños y malignos bichos, irreales y falsos, estarían conspirando para derrocarme esta misma noche. Por ello vas a sacarme una foto panorámica, en colores, que cubra todas las paredes. Porque en ese momento me voy a coronar a mí mismo emperador de los lobos”.  Para que el rey no viera los conejos, entre el zorro y el mono lo convencieron de construir un trono de madera tan alto que llegara hasta el cielo; así sería considerado el emperador de los lobos: el Gran Loberador

Una vez el rey estuvo instalado en el trono, el mono escondió su cabeza dentro de la tela negra y enfocó el objetivo. Notó, espantado, que una manada de conejos, sin temor, cruzaba ante la cámara. Como el futuro emperador desde su altísimo trono no miraba hacia abajo para que su perfil saliera perfecto, el mono acercó la cámara y apuntó hacia arriba, de modo que quedaran eliminadas las extremidades inferiores.

Los soldados y otras fuerzas de seguridad trataban de espantar a los conejos en silencio, pero se enredaban entre sí, en vez de golpear a los invasores, que devoraban la madera como si estuvieran hambrientos. Justo en el momento en que el mono apretó la palanca de su máquina, se escuchó un ruido ensordecedor. Al abrir los ojos, vio lo que había supuesto: el trono se vino al suelo como un castillo de naipes, con el rey, los guardias y también el consejero.

El mono agarró su cámara y se alejó huyendo del palacio. Su hija, quien jamás había dudado de la existencia de los conejos, lo aguardaba en el umbral de la casa. La niña señaló la habitación y, más allá, la calle y, aun más lejos, los campos al amanecer. ¡El mundo estaba lleno de conejos!

*Coordinador Nacional de IPP-Gente 

@alvareznv

 

 

 

 

 

 

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