La rebelión de los pueblos

Noel Álvarez*

“Si hay esclavos, la culpa es de quienes soportan el yugo, pues el tirano es uno solo y ellos son todos contra uno. La libertad se obtiene cuando se la desea con fervor. Son libres únicamente los que quieren serlo”, expresó el escritor y magistrado francés,  Étienne de La Boétie. La libertad fue para él una condición de vida, como el aire y la luz. No sabía respirar en ambientes de cobardía y servidumbre y no transigía con los déspotas. 

La Boétie  decía: “Si hay algo, claro y aparente en la naturaleza es que ella, ministro de Dios y gobernadora de los hombres, nos ha hecho a todos de una misma forma y, al parecer, en el mismo molde, a fin de que entre nosotros nos conozcamos como compañeros o más bien como hermanos…”. Y continuó: “Esta buena Madre nos ha dado a todos la tierra por morada; nos ha alojado a todos en una misma casa, nos ha dado una figura común a fin de que cada uno se pueda reconocer en los otros; nos ha dado en común el gran presente de la vida y la palabra para que nos familiaricemos y fraternicemos unos con otros, de continuo”.

En los Adagios, de Erasmo de Róterdam, se encuentra el mismo concepto de servidumbre voluntaria de La Boétie, cuando aquel expresa: “Compulsad la historia antigua y moderna y apenas hallaréis dos príncipes que por su ineptitud no hayan atraído los mayores males sobre la humanidad…”. ¿Y a quién quejarse sino a nosotros mismos? ¡No confiamos el gobierno de una embarcación sino a un experimentado piloto!  y entonces ¿Por qué el gobierno de un Estado lo ponemos en manos de cualquiera?”.

Dice Erasmo que los pueblos suelen darse gobernantes que proceden a la manera de amos irresponsables, ambiciosos y audaces, y en muchos casos semi analfabetos, que establecen dictaduras invocando para ello la razón suprema del destino de la nación. Y las mayorías sumisas y regimentadas, los esclavos voluntarios, sugestionados con el dogma de la soberanía popular, toleran las peores atrocidades contra la libertad individual, todo en nombre de la libertad y de la ficción de un soberano sin soberanía.

Erasmo cuenta que en su época el mundo se había vuelto muy ingrato: católicos y protestantes se enfrentaban unos contra otros, se torturaban, quemaban y mataban; algunas veces contendían con tanto odio, como si de los peores enemigos se tratara, olvidando su carácter religioso. Sobre esto, el príncipe señaló: «Todos tienen estas palabras en la boca: Evangelio, Palabra Divina, Fe, Cristo, Espíritu, pero veo a muchos de ellos comportarse como si estuvieran poseídos por el demonio”. Al igual que sucede actualmente en Venezuela, en aquellos lejanos tiempos, la razón era asesinada por la pasión y la justicia masacrada por la violencia.

En los últimos días de su existencia, Erasmo entendió que, el amor albergado en su corazón por la humanidad, así como también su palabra: estaban completamente derrotados, ya que,  en su época, también como ahora, los tiranos masacraban a pueblos y ciudades en nombre de la paz y libertad, tenían un mar de cárceles en cada pueblo y los exiliados cruzaban las fronteras huyendo del hambre y la barbarie.

*Coordinador Nacional de IPP-Gente 

@alvareznv

Este artículo está siendo publicado por sesenta y siete (67) medios de comunicación en Venezuela y uno (01) en los Estados Unidos de Norteamérica.

 

 

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